sábado, 5 de diciembre de 2015

Botellita de jerez, todo lo que digas será al revés. Parte 2.


Llegó el momento de atar cabos; desde la internacional herencia jipiteca, hasta las dignas aportaciones regionalistas y comprometidas de los rupestres, pasando por la inercia de la movida española y su símil para Latinoamérica: Soda Stereo. No hicimos el recorrido desde las influencias que tenían de The Who, The Cure, The Police, etc., porque esto sería interminable y nadie quiere eso.

ÁBRANLA, HE AQUÍ EL BARRIO: LA MALDITA.
Hacia 1985 surge en la Ciudad de México una de las bandas precursoras de la fusión de diferentes ritmos con el rock: Maldita vecindad y los Hijos del Quinto Patio; el solo nombre ilustra su origen, social y musical. De atuendo pachuco y con la incorporación de ska, reggae, punk, bolero y danzón, los malditos lanzan un par de discos que serían memorables para nuestro rock: Maldita vecindad y los Hijos del Quinto Patio y El Circo.



El primero muy fresco, de piezas compuestas desde la postura de sectores sociales marginados: el barrio pobre y estigmatizado; el travestido, ahuyentado por la intolerancia; la mujer, culturalmente desprotegida; el mojado, expulsado por la falta de oportunidades y convertido, en muchos casos, sólo en una triste noticia para los de su tierra; el desempleado y solitario bailarín; el empleado de supermercado, de eventuales venganzas contra el alud mercantilista de los poderosos. En fin, la ópera prima de la banda se componía de fotogramas que podíamos comprender en el contexto de una película que ya conocíamos. Ahora contada con ingenio, humor y energía revitalizadora.


El segundo, un producto rotundo, propio de las épocas en que todavía oíamos completos los discos en una sola sesión; un posmoderno barroco de zona tórrida cuyo nombre, concepto y portada pretendían abarcar el imaginario popular mexicano. Nada más, nada menos.
El disco abre con Pachuco, algo así como la brecha generacional puesta en manos de nuestros padres a través de un ejercicio de memoria para ir allanando el terreno ante cualquier juicio, en cualquier sentido; le sigue la crónica del generoso músico popular que lleva alegría por toda la ciudad a cambio de las monedas que le puedan dar; luego el faquir de la calle, empresario independiente cuyo escenario solía salirnos al paso; Kumbala es el embrujo de la noche, la música y el amor, juntos otra vez desde la época dorada del bolero, el danzón, la rumba y el melodrama. En fin, con la admiración que sentimos por el el vago del barrio y la gratuita cruda de una accidentada fiesta de gorra, el álbum nos reconstruye la ciudad, ese gran circo cultural con infinidad de pistas.
La propuesta fue tan sólida que Armando Manzanero y Carlos Monsiváis participaron en el homenaje rendido por la banda al único lugar que puede escapar a cualquier catástrofe global: Yucatán. El disco cierra con otro tributo, en esta ocasión a Juan Gabriel, o al público mexicano, que convirtió "Querida" en un éxito histórico.
Canciones como Mojado y Kumbala retrataban situaciones que nos resistíamos a ventilar o que eran tratadas regularmente con hipocresía, quizá una de las mayores aportaciones de estos neo pachucos fue voltear esas piezas del rompecabezas nacional para que pudiéramos verlas por su lado impreso. A pesar de que ahora se afirma que el grupo terminó por adocenarse, los malditos siguen vigentes y su irrupción en la música cambió la percepción no sólo de nuestro rock, sino del legado de la cultura popular mexicana.

Por otra parte, otras bandas, como Trolebús, desarrollan su discurso echando mano del rock urbano y dando cuenta también del escenario callejero de nuestras vidas. 
También en 1985, sale a escena Real de Catorce, una banda que se convertiría en el máximo exponente de blues/rock del país, con José Cruz en la voz y con poéticas letras para las canciones. El grupo no se sube al carro del "Rock en tu Idioma", pero el reconocimiento a su trabajo es definitivo.



ESQUIZO PSICODELIA  A LA MEXICANA: CAIFANES.
Con el año de 1987 llega también la banda que para muchos fue la mejor de este periodo: Caifanes.
La banda nace como una suerte de continuación de lo que fuera Las Insólitas Imágenes de Aurora (agrupación que recibiera el nombre de un cuento de Saúl Hernández y formada a raíz de un proyecto de tesis de Carlos Marcovich, hermano de Alejandro). Las influencias del Viejo Continente son claras en la atmósfera de su música y, por supuesto, en la imagen de los integrantes del grupo.
Su producción discográfica da cuenta de cuatro placas: Caifanes, Caifanes II (El Diablito), El Silencio y El Nervio del Volcán; de 1988, 1990, 1992 y 1994, respectivamente. Las letras de esta banda son, sin duda, las más complejas, profundas y psicoactivas de la oleada y hasta nuestros días su interpretación es objeto de más discrepancias que las generadas en la lectura del Tarot.
Si La Maldita se valía de discursos y géneros de mediados del siglo XX para mostrarse orgullosos de sus orígenes, Caifanes extiende sus influencias prácticamente hasta el periodo precolombino y con su música se levanta, artísticamente hablando, en pie de guerra desde tierras aztecas.


Caifanes
Es así que en la primera producción, oscura y joven, empieza el chamanismo musical de la agrupación; si la psicodelia sesentera anglosajona había sido el resultado de osados viajes al cosmos interior del ser humano, la manera mexicana existió mucho antes en diferentes puntos de la geografía nacional (hongos en el sur, peyote en el centro-occidente del país, etc.) y desde los ancestrales rituales mesoamericanos. El disco será el de menos fusión con ritmos latinos, a excepción de La Negra Tomasa (palomazo y payola que no aparecía en el plástico original) y Nunca me voy a transformar en ti, donde la banda aborda la otredad, siempre vasta y perturbadora. El material empieza con el peso de la muerte sobre la vida cuestionada en una canción que termina pareciendo algo similar a un altar de día de muertos que se proyecta al cosmos de lo desconocido. Continúa con una declaración de amor, una propuesta de fusión espiritual o una evocación sustancial, ¿quién da más? En Cuéntame tu Vida se pide alguna suerte de GPS vital y empieza a vislumbrarse la locura que se hará explícita (en el paciente y en los tratamientos) en ¿Será por eso? El lado B del LP abría con un brillante tema que también tiende al infinito espiritual y construido a base de oxímorones en el deseo de conseguir lo aparentemente inalcanzable; fallido, según yo, el relativo al tiempo. Perdí mi ojo de venado es un "lado B" que tampoco estaba en el acetato original, pero su aparición nos fue perfilando el trasfondo hechicero, mágico y poderoso de un grupo perteneciente a un pueblo trascendental. El tono lúgubre vuelve en la última parte del disco, que va del hastío a la rabia y los celos; del nihilismo a la resignación.


Caifanes II (El Diablito)
El segundo disco, también introspectivo, pero ahora ámbar, desde sus primeras notas muestra la influencia de hálitos ancestrales, un llamado a la memoria, una invitación a no olvidar a los caídos, a protestar contra el conformismo y a cuidar de lo que pase a nuestras espaldas. Luego, gira hacia un tema que, junto a la profundidad del resto, suena frívolo: el hartazgo en la devoción  y el deseo por alguien. Por otra parte la protesta por la asfixiante represión religiosa y la evasión se hacen presentes en un par de canciones hermanadas por un cansancio histórico.
La producción introduce una canción que sería paradigmática para el rock mexicano: La célula que explota, que da cuenta, con arreglos de mariachi, de la flecha temporal que significa la vida desde su creación hasta que revienta en el dolor amoroso, en el drama de las drogas y hasta en el reconocimiento de nuestras raíces más profundas.
En una canción donde el tiempo no aparece explícitamente, la banda asienta el carácter momentáneo, volátil, de la vida; esa que no da explicaciones, que obliga a voltear al cielo en busca de algo o de alguien, cuando sería mejor enloquecer o aullar. El disco cierra con otra atmósfera de la desilusión, con el oscuro vacío del imposible.


El Silencio
En esta placa se puede advertir un trabajo más bordado, de color terracota y con la cocción de la tradicional cerámica nacional; esto es, un maduro teatro de alucinantes formas mexicanas. Una obra maestra del rock de Mexicalpán de las tunas.
Abre el telón una excelente visión rockera del onirismo clásico, que pudiera guiar en el contenido del disco y es contrastada de inmediato con un tema que nos recuerda nuestra fragilidad y su carácter temporal para llevarnos levemente hacia la eternidad, aunque sea a mordidas. Tortuga es un oscuro lamento que advierte al mundo del infierno que significa la ferocidad humana, tal vez es el sentir de una generación que clamaba por solidaridad y conciencia, que arengaba a no abandonar los ideales, los recuerdos, la valentía, la paz; pues siempre habrá quien aproveche la situación para para abrazarnos (o abrasarnos) hasta morir. En contraste, en otro tema la banda nos invita a trascender en la magia del amor, por encima del tiempo, el destino y de la muerte.
Después de esa canción resulta extraño que Miércoles de Ceniza sea una visión de desencanto, el misterio más grande del ser humano racionalizado el mismo día en que recordamos que somos y seremos polvo.
La televisión ha sido un instrumento imprescindible para un régimen que la juventud vive, padece y rechaza; quizá El Comunicador es el símbolo universal de este maridaje entre poder político, económico y de medios. El tema suena poderosamente catártico y se liga en su fondo con el grito ensordecedor del silencio como protesta.
Después el disco vuelve a la memoria, que busca en cualquier medio (el éter, por ejemplo), lo necesario para hacer posible la presencia y cierra, en su versión de CD y como bonus track, con una canción de hechuras totalmente mexicanas (un gusto muy conocido en Tierra Caliente guerrerense), tan mexicanas como el día de muertos.


El Nervio del Volcán
Tal vez la producción más diáfana de la banda, aunque con incidencias de oscuridades y densidades anteriores. Persisten las letras comprometidas y la primera canción parte del ámbito de certeza y protección del centro absoluto (el útero, la nación, uno mismo); ese que proyecta lo necesario para infundir miedo al mismo cielo; ese universo interior que busca o encuentra consejo en seres alados para vivir noches más claras, que nos dan valor y mejoran nuestros rumbos.
El disco muestra en su portada un humeante Popocatépetl, muy activo por los días de lanzamiento del álbum y signo de una nueva era, vaticinada en diferentes calendarios precortesianos; esos códigos incomprensibles para conquistadores dispuestos a arrasar con todo en nombre de la civilización y en favor del servicio espiritual de los "aborígenes infieles". La banda intenta escribir una historia que aun en nuestros días no se conoce o no se quiere entender, la visión de una cultura cuya resistencia es el nervio que impulsará nuevas erupciones volcánicas.
Amor y muerte son temas recurrentes en las composiciones de Caifanes, tal vez Hasta que dejes de respirar es la pieza que los une, que los mezcla en una suerte de ritual donde cuchillo y carne dialogan al filo del culmen; resulta perturbadora y voluptuosa la atmósfera de un discurso musical que parece resonar, no desde los altavoces, sino desde la memoria ancestral. Simplemente estremecedora.
El ánimo de protesta y resistencia vuelve a aparecer en este disco y se extiende luego hacia el diseño de un animal cuya determinación no le permita voltear atrás; se trata de la reconstrucción del que escucha, ahora con la fuerza de un guerrero y escrita en segunda persona, como para sacudirnos la abulia y el conformismo.
En Quisiera ser alcohol se puede advertir aquellas atmósferas sórdidas de los cabarets cuarenteros del cine nacional; se trata de una plegaria-propuesta con un toque de jazz para embriagar de uno mismo al ser amado, a ese imposible aficionado a las bebidas espirituosas.
A pesar de haber tocado fondo en otras épocas, en esta producción Saúl se declara invencible en un tema que parece una respuesta a Piedra; sin embargo, al igual que en el disco anterior, la banda cierra este con un tema totalmente mexicano y asociado al tradicional mundo de lo sobrenatural.
Para muchos las letras de Caifanes son abstracciones superfluas, bodrios producto del ocio y las distorsiones de las drogas; su música, una mezcolanza intrascendente. Sin embargo, para quienes vivimos las condiciones que los movieron a levantar la voz, siempre será un grupo valiente que influyó no sólo en el rock, sino en una serie de manifestaciones culturales que no eran bien vistas tan sólo por tener su origen en nuestro país. Así de orgullosos estábamos de nosotros mismos, así de ciegos.


Entre 1985 y 1987 nacen (o renacen) otras bandas que entran al concierto regional del rock: El (simplemente) Tri, en una nueva etapa; Amantesde Lola, con éxitos al nivel de los más reconocidos; Fobia, que con Leche tal vez tocaron a su punto más alto; Pedro y las Tortugas; Kerigma y otras tantas que me ayudarán a recordar.
  
¿FICCIÓN?
Después del rotundo éxito de The Police, que mezclaba rock, reggae, jazz, punk, etc., surgieron agrupaciones que pretendían hacerse de su estilo, como Men at Work en Australia o The Outfield, de origen inglés y de éxito norteamericano; pero también nuestro país tuvo se aportación.
Imagine un grupo de entusiastas rockeros tapatíos, todavía adolescentes, aventurándose a hacer carrera a mediados de los años setenta en un medio hostil para el género musical. La consolidación de su primer proyecto, que cambió el inglés por el castellano en sus composiciones, se denominó Sombrero Verde, entonces ya era 1981 y tuvieron la virtud de ser uno de los primeros en proponer letras en nuestra lengua antes de la oleada posterior que todos conocemos. La banda nunca se sintió satisfecha con los resultados obtenidos en un par de discos y en 1987 se convierten en Maná.
Ya con este nombre, lanzan un primer disco que, nuevamente, no alcanza la satisfacción de los integrantes, quizá todavía adolescentes (musicalmente hablando). Cambian de sello discográfico y su segunda producción los catapulta al éxito con el tema Rayando el Sol. Los discos que siguieron corrieron suerte semejante, pero el público ya exigía una evolución en el trabajo de la agrupación; sobre todo en la letra sus canciones, todavía adolescentes.
Esta banda es la que recibe en mayor medida el encono de la gente, a tal grado que alguna vez circularon rumores de su desintegración y al mismo tiempo ocurrieron ciertas explosiones que parecían ser algún atentado en Guadalajara, y hubo quien esperaba que en ambos casos se tratara del mismo suceso. Sus posicionamientos en temas controvertidos ("ni a favor, ni en contra"), su activismo inaudible o cliché, su relación con Televisa, la liviandad en su discurso y otras tantas cosas más provocaron esta animadversión generalizada.
Todo parece indicar que Maná seguirá tocando por más tiempo, con un baterista excepcional, música cadenciosa, proyección internacional e integrantes que ya no se cuecen al primer hervor, pero que son todavía adolescentes.

¿FRICCIÓN?
Hacia 1989 aparece El Juguete Rabioso, una banda multinacional (argentino, chileno y español), que no compartía la idea del mestizaje en el rock y a cambio se mantuvieron con la “ortodoxia británico-argentina”; sic y re contra sic (como dijera Javier Solórzano). Aclaración ociosa si se considera que su música fue objeto de reconocimiento precisamente porque en el ambiente de la época no sonaban a nada latino (a excepción de Mercenario, claro), y además porque su proyección fue gracias a que iban trepados en la ola del “rock en tu idioma” y con la inercia de los proyectos más sonados del país (de México, pues). En fin, de pena sus declaraciones en perspectiva ante la calidad musical de la agrupación.

Hasta aquí este recuento, en una siguiente entrega comentaremos el surgimiento de otros monstruos, otros parásitos y la cohabitación de bandas latinoamericanas en el marco de cuestionamientos históricos, geográficos y étnicos. Mientras tanto, oriéntenme si algo está mal.

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